Declaración
La pesadilla de la participación 2.0
La generación Web 2.0 ha de superar la perogrullada de que, para ser totalmente democráticos, han de participar todos siempre y en todo momento. Nuestra generación más bien debería llegar a entender la participación como un medio para ejercer poder por sí mismos.
Las voces que se alzan reclamando la participación de todos en cada uno de los procesos de toma de decisiones son el hilo conductor de nuestro presente político. A pesar de sus múltiples y diversos intereses, esta idea está en la base de casi todos los grandes fenómenos políticos de los últimos años, desde Occupy Wall Street, pasando por las revoluciones del norte de África o el movimiento sin líderes que es Anonymous en Internet, hasta el Partido Pirata, cuyo florecimiento en Alemania describió Heinrich Wefing recientemente como “la primavera árabe alemana”. Todos estos movimientos tienen en común la aspiración a que todos puedan y deban participar.
Resulta evidente que estamos en los inicios de una era participativa. Y que la reivindicación de participación en una democracia de base es demasiado importante como para no tomarla en serio. Pero la participación es un concepto que hay que repensar. A veces hay que evitar a toda costa algunas formas de democracia en las que todos tengan derecho de intervención. No se debería pedir o invitar siempre a todos y en todo momento a que participen en el proceso de toma de decisiones.
En Alemania la participación se ve transfigurada sin ningún escrúpulo. En los últimos diez años, en los que se ha empleado el término “participación” sin cuestionarlo y con benevolencia, hemos experimentado el apoyo casi fundamentalista a una participación ciudadana que iba acompañada por un modo grotescamente acrítico de crear estructuras y condiciones marco para la así llamada participación, todo ello tanto a nivel federal y local (como en Stuttgart 21), como con proyectos en el ámbito del arte, etcétera.
Los discípulos más entregados a la visión salvadora de la participación son nuestros Piratas. Para sus votaciones utilizan ordenadores portátiles con un programa llamado “Liquid Feedback”. Ofrece la posibilidad de estar directamente presente en tiempo real en la toma de decisiones, y votar en el Parlamento como un representante más. La “democracia líquida” (Liquid Democracy) reivindicada por los Piratas marca la transición desde la democracia representativa, que a ojos de los Piratas es un compromiso semi-democrático, hasta una “auténtica participación” en los centros del poder político. Una democracia de la presencia sin medias tintas, un referéndum para cada una de las cuestiones que se tratan – así reza el dogma participativo de los Piratas. Los Piratas entienden la participación de este modo: votar, eligiendo entre las posibilidades de un menú existente, con un sencillo clic pulsado con dedo flácido y, a ser posible, sin consecuencias personales, porque claro, uno se conecta anónimamente. Es la visión de una democracia capaz de incluirlo todo,All-Inclusive Democracy. Es elslactivismo, transportado por la idea de que, ganduleando, realmente se puede cambiar algo.
De lo que no se han dado cuenta estos partidarios de la participación universal, los Piratas del clic con el ratón, es que incluso enWikipedia, el Santo Grial de todos los diversos adoradores de la participación, secretamente ya se han despedido de la ilusión de la participación. Wikipedia enfermó de participación: debido a su contenido “líquido”, es inútil para la ciencia, evidentemente; pero también para los usuarios normales y corrientes la Enciclopedia de la Web está empezando a ser cada vez menos útil. Las entradas son más y más largas, y la terminología técnica cada vez más ininteligible, según lamentan los estudios. El entusiasmo de la comunidad decrece; desde 2007 la curva de crecimiento de las nuevas entradas de Wikipedia se va aplanando.
Los tiempos de la participación total han acabado. En Wikipedia, ya desde hace algún tiempo se está desarrollando todo un arsenal de procedimientos de decisión para situaciones críticas que en absoluto responden a la democracia de base. Así, tras la experiencia de lo ocurrido en el primer periodo electoral de George W. Bush, unos “administradores” se niegan rotundamente a editar perfiles de políticos controvertidos, con el único fin de evitar que lasedit wars(guerras de edición) vuelvan la página inservible si su contenido cambia varias veces por segundo. Los “admins” más importantes son nombres conocidos. Y a veces, el jefe y cofundador de Wikipedia, Jimmy Wales, tiene la última palabra. Como cuando personalmente borró detalles de su propia biografía, actuando en contra de las reglas de esta enciclopedia. O bien cuando, atendiendo a las presiones del zar de los medios americanos, John Seigenthaler, cuya biografía estaba presentada de manera errónea, llegó al extremo de cambiar las reglas de Wikipedia.
La participación en sí misma no es un valor moral, ni proporciona una estrategia de éxito. La mejor prueba de ello es que quienes en la actividad política se han aferrado al dogma participativo no han conseguido, ni con mucho, la parte esperada del poder. En Egipto, en lo que siguió a la revolución participativa, el cetro del poder se lo llevaron los Hermanos Musulmanes y los militares, bastante mejor organizados; Occupy Wall Street naufragó en asambleas de nivel cada vez más bajo; los Piratas tienen pocas propuestas concreta, pero sí discusiones crónicas sobre cuestiones de organización interna y deficiencias técnicas de los programas electorales. Se plantea la cuestión de si participar sirve de algo. ¿Adónde ha de llevar la visión participativa?
Imagínense que la utopía participativa es un coche dirigiéndose frontalmente hacia un muro y, mientras, en los asientos delanteros, conductor y copiloto discuten por la mejor forma de llevar a cabo una votación en caso de cuestiones controvertidas. O bien imagínense unaedit war, una guerra por la rescritura como en Wikipedia, donde el texto de las leyes fundamentales cambiara cada medio segundo. O las reglas de autorización y acceso a los depósitos de armas. Es prácticamente inimaginable el peligro que puede suponer la democracia de base. Es una pesadilla.
La idea de que los modelos de apertura radicalmente participativa sean capaces de garantizar una solución óptima para todos y cada uno de los problemas es un espejismo de salvación muy peligroso.
Hay que contemplar la participación sin romanticismo. La participación, en el sentido de que cualquiera puede participar en todo momento, no es un valor en sí mismo ni tampoco una solución, sino un paradigma de organización. La verdadera democracia más bien requiere concentración constante sobre el tema y responsabilidad personal. En el Parlamento surgen ideas y ruedan cabezas. En sentido figurado podría decirse: La verdadera participación es la guerra.
En lugar de contemplar la participación a la manera de losslactivistas,es decir, como una apertura de los procesos de toma de decisiones autorizada desde arriba, habría que entender la participación como una posibilidad de acceso individual a la política; como un medio post-consensual de procurarse a sí mismo la admisión a las relaciones de poder existentes. Según asegura la experta en ciencias políticas Chantal Mouffe, deberíamos estar de acuerdo en que no estamos de acuerdo. Y aprender a manejarnos en esa situación. El fundamento de las voces reclamando participación, que se han oído en el mundo entero, son conflictos reales que requieren soluciones manifiestas. Cuando se trata de tomar decisiones en el seno de estructuras de cooperación existentes, de redes o de instituciones, en última instancia los conflictos sólo se pueden superar y aplicar en la práctica si alguien asume la responsabilidad.
Por ello, reivindicamos una comprensión de la participación orientada en el conflicto. Una práctica que se opone a la obsesión conciliadora ciberdemocrática actualmente de moda – en la que todo, como en Facebook, se marca con ‘me gusta’ y se salpica de ‘smileys’ – y reconoce que a veces una persona tiene que asumir la responsabilidad de una solución concreta. Y no porque dudemos de la democracia, sino para no acabar en Armonistán: una democracia ficticia pseudo-participativa, en la que los políticos han delegado toda responsabilidad a manos de las votaciones online de las masas.
Tenemos que darle la vuelta a la idea de participación, para colocarla con los pies en la tierra. La democracia es un proceso constante a nivel personal. Para que la democracia funcione en estos tiempos participativos, cada uno de nosotros debe habilitarse una y otra vez como autócrata.
En lugar de comprender la participación como una apertura de los procesos de toma de decisiones autorizada desde arriba a los de abajo, habría que entender la participación desde abajo hacia arriba, como una estrategia individual de acceso al poder, como un medio post-consensual para acceder al poder como persona inconforme y no invitada a ello. En nuestra época participativa se necesita un nuevo concepto de participación: hacerlo uno mismo, en lugar de elegir un elemento del menú.
La era de la participación necesita concebirse a sí misma de otro modo.Ha llegado la hora de atreverse a más autocracia. Antes de que acabemos en una pesadilla.
Texto: Markus Miessen y Hannes Grassegger / Traducción: Elba López Oelzer